jueves, 16 de octubre de 2014

Jarrila en Mendoza

En las afueras de la ciudad de Mendoza se encuentran ejemplares de flora autóctona adaptadas a las condiciones áridas, tales como: jarillas (Larrea divaricada, Larrea cuneifolia), jarillila (Gochnatia glutinosa), algarrobo dulce (Prosopis flexuosa) y tomillo (Acantholippia seriphioides)
Desde el año 2007, se declara por Ley Provincial 7618 a la Flor de la Jarilla como FLOR PROVINCIAL MENDOCINA, y se instituye al 10 de noviembre como Día de la Flor Provincial y a la segunda semana de este mes de cada año como la Semana de la Flor Nativa de Mendoza.
Aparte de su utilidad como combustible, esta planta tiene otros usos: La sustancia resinosa contenida en sus hojas se utiliza como remedio veterinario para caballos y mulas. Como infusión se ha llegado a utilizar contra el cólera, fiebres intermitentes y para remitir el dolor causado por luxaciones y fracturas.


 Sus hojas disponen su perfil en sentido norte sur, de tal manera que disminuye la exposición a la fuerte insolación del medio día veraniego, evitando así la deshidratación. Por esto mismo, al disponerse de esta forma, sirve para identificar los puntos cardinales en días nublados. Suele usarse para la formación de jardines rocosos y alpinos, para laderas y taludes, para la formación de orlas, etc. Se multiplica por semillas en primavera o bien por esqueje en verano. 
Gusta de terreno suelto y ligero, de composición preferentemente calcárea. Florece en mayo-setiembre. Históricamente se utilizó la Jarilla para curar dolores de antiguos pobladores cuyanos. 





Todavía hoy sanan las patas de los animales, calientan las viviendas y las cocinas de las zonas más áridas de la región, y hasta tiñen de verde las blancas lanas de los telares. 
Aquellos Pehuenches, Huarpes, Mapuches que caminaban la región cuyana y la estepa patagónica, desde Mendoza hasta Chubut, no la llamaban “jarilla”, como se la conoce ahora, sino “kohue koehue”. No sobrepasa los 2 ó 3 metros de altura debido a los vientos que castigan la región. 



Actualmente, muchos pobladores utilizan las ramas como combustible, algo que llevó a la desaparición de la planta en algunas zonas. Pero los habitantes originarios sabían de sus virtudes terapéuticas y empleaban sus jugos para la curación de heridas y llagas, para distintos trastornos relacionados con la menstruación, como remedio antirreumático y como antiinflamatorio, y también como excitante, entre otros usos.